El Ministerio de Sanidad ha exigido a las empresas de preparados homeopáticos que empiecen a parecerse a las farmacéuticas de verdad. Aunque, claro, comienza por donde todo gobierno hace: pidiendo dinero en forma de tasas.
La industria homeopática, por sus intereses pecuniarios, ha puesto el grito en el cielo. Muchos defensores de esos anisetes acusan a la industria farmacéutica, la de verdad, de estar detrás de la campaña para eliminar la competencia.
Pero lo que es de chiste es que el Ministerio pida a la industria homeopática que diga si dispone de ensayos clínicos, además de que indique la composición cualitativa y cuantitativa de sus bolitas de azúcar. Y los homeópatas responden que no están teniendo en cuenta la especificidad de sus medicamentos.
Dicho en román paladino: con la ley en la mano un remedio homeopático no tiene que demostrar eficacia, ni tener indicación terapéutica, ni demostrar cómo se asimila/elimina del organismo, ni tiene porqué presentar ensayos clínicos que lo avalen. Y se vende como medicina. Así, tienen el mismo valor médico que el agua de Lourdes, solo que de venta en farmacias. Esto es lo que quieren decir los homeópatas cuando hablan de especificidad.
Su ‘lobby’ consiguió que la UE diera luz verde a la distribución de sus anisetes saltándose toda metodología y controles científicos: la famosa Medicina Basada en las Pruebas no se les aplica. Si usted compra, por ejemplo, el preparado contra la gripe –una dilución extrema de hígado de pato– y después lo lleva a analizar, descubrirá que lo que ha comprado por 4 o 12 euros, depende de la marca, es puro azúcar. Para eso, mejor tomarse un buen foie.
La inocuidad de estos medicamentos es absoluta: llevo varios años suicidándome públicamente tomando un o dos frascos enteros ¡de golpe! Sólo sirven para endulzar el café. Para justificarse, los homeópatas usan tres argumentos, a cual más increíble. Uno es absolutamente pseudocientífico: el agua, el alcohol y el azúcar tienen memoria selectiva, pues mediante un pase de magia la sustancia activa –y sólo ella– les pasa sus propiedades curativas al agitarlos juntos en una coctelera. El segundo es el argumento de la Santísima Trinidad: como no hay forma de entenderlo lo dejan sin resolver y buscan refugio en la mística oscuridad de la ciencia futura. El tercero es el argumento del curandero: a mí me funciona. Así el homeópata es indistinguible de videntes, astrólogos y quiromantes. Muy revelador.
(Aparecido en Público)
Fuente: La Ciencia de tu Vida. Miguel Ángel Sabadell
La industria homeopática, por sus intereses pecuniarios, ha puesto el grito en el cielo. Muchos defensores de esos anisetes acusan a la industria farmacéutica, la de verdad, de estar detrás de la campaña para eliminar la competencia.
Pero lo que es de chiste es que el Ministerio pida a la industria homeopática que diga si dispone de ensayos clínicos, además de que indique la composición cualitativa y cuantitativa de sus bolitas de azúcar. Y los homeópatas responden que no están teniendo en cuenta la especificidad de sus medicamentos.
Dicho en román paladino: con la ley en la mano un remedio homeopático no tiene que demostrar eficacia, ni tener indicación terapéutica, ni demostrar cómo se asimila/elimina del organismo, ni tiene porqué presentar ensayos clínicos que lo avalen. Y se vende como medicina. Así, tienen el mismo valor médico que el agua de Lourdes, solo que de venta en farmacias. Esto es lo que quieren decir los homeópatas cuando hablan de especificidad.
Su ‘lobby’ consiguió que la UE diera luz verde a la distribución de sus anisetes saltándose toda metodología y controles científicos: la famosa Medicina Basada en las Pruebas no se les aplica. Si usted compra, por ejemplo, el preparado contra la gripe –una dilución extrema de hígado de pato– y después lo lleva a analizar, descubrirá que lo que ha comprado por 4 o 12 euros, depende de la marca, es puro azúcar. Para eso, mejor tomarse un buen foie.
La inocuidad de estos medicamentos es absoluta: llevo varios años suicidándome públicamente tomando un o dos frascos enteros ¡de golpe! Sólo sirven para endulzar el café. Para justificarse, los homeópatas usan tres argumentos, a cual más increíble. Uno es absolutamente pseudocientífico: el agua, el alcohol y el azúcar tienen memoria selectiva, pues mediante un pase de magia la sustancia activa –y sólo ella– les pasa sus propiedades curativas al agitarlos juntos en una coctelera. El segundo es el argumento de la Santísima Trinidad: como no hay forma de entenderlo lo dejan sin resolver y buscan refugio en la mística oscuridad de la ciencia futura. El tercero es el argumento del curandero: a mí me funciona. Así el homeópata es indistinguible de videntes, astrólogos y quiromantes. Muy revelador.
(Aparecido en Público)
Fuente: La Ciencia de tu Vida. Miguel Ángel Sabadell