Dialogos entre un cura y un moribundo
Marqués de Sade. (1740-1814)
El
moribundo: Si, amigo mío, me arrepiento.
El
cura: Pues bien, aprovecha estos felices remordimientos para obtener
del cielo, en el pequeño intervalo que te queda, la absolución
total de tus faltas, y piensa que solo mediante el santísimo sacramento
de la penitencia te será posible obtenerla del Padre Eterno.
El
moribundo: No te entiendo más de lo que tu no me has comprendido.
El
cura: ¡Qué!
El
moribundo: Te he dicho que me arrepentía.
El
cura: Lo he oído.
El
moribundo: Si, pero sin comprenderlo.
El
cura: ¿Qué interpretación?...
El
moribundo: Hela aquí... Creado por la naturaleza con gustos
muy vivos, con pasiones muy fuertes; emplazado en este mundo únicamente
para entregarme a ellos y satisfacerlos, y estos efectos de mi creación
no siendo mas que necesidades relativas a las primeras intenciones de la
naturaleza, o si lo prefieres, derivaciones esenciales a sus proyectos
para mí, todos en razón de sus leyes, solo me arrepiento
de no haberme apercibido de todo su poder, y mis únicos remordimientos
recaen solo sobre el mediocre uso que hice de las facultades (criminales
según tu, muy sencillas según yo) que ella me había
regalado para servirla; algunas veces me resistí a hacerlo, me arrepiento.
Cegado por el absurdo de tus sistemas, he combatido por ellos toda la violencia
de los deseos, que había recibido por una inspiración bastante
más divina, y me arrepiento, solo he cosechado flores cuando podía
haber recolectado grandes frutos... He aquí los motivos reales de
mis remordimientos, apréciame lo suficiente como para no suponerme
otros.
El
cura: ¡A donde te llevan tus errores, a dónde te conducen
tus sofismas! Otorgas a la creación todo el poder del creador, y
esa desgraciada predisposición te ha perdido, no ves mas que lo
que en realidad son los efectos de esa naturaleza corrupta, a la que atribuyes
el ser omnipotente.
El
moribundo: Amigo, me parece que tu dialéctica es tan falsa como
tu espíritu. Querría que razonases mejor, o que me dejases
morir en paz. ¿Qué entiendes por creador y qué entiendes
por naturaleza corrupta?
El
cura: El Creador es el Señor del universo, es quien lo ha hecho
todo, creado todo, y quien lo conserva por el simple hecho de su omnipotencia.
El
moribundo: He ahí un gran hombre, seguramente. Y bien, dime
por que este hombre, que es tan poderoso, ha por tanto hecho según
tu una naturaleza tan corrupta.
El
cura: ¿Qué mérito tendría el hombre, si
Dios no le hubiera dejado el libre albedrío, y qué gozo habría
merecido, si sobre la tierra no hubiera tenido la posibilidad de hacer
el bien y evitar el mal?
El
moribundo: ¿Así que tu dios ha querido hacerlo todo defectuoso
para tentar, o poner a prueba a su criatura? ¿Acaso no la conocía?
¿Acaso albergaba dudas sobre el resultado?
El
cura: Sin duda la conocía, pero aun así quería
dejarle el mérito de la elección.
El
moribundo: ¿Por qué buen propósito? Puesto que
él ya sabía el partido que ella tomaría y que solo
le tenía a él, ya que le dices omnipotente, que solo debía
rendir cuentas ante sí mismo, digo yo, que le haría tomar
el buen camino.
El
cura: ¿Quién puede comprender las perspectivas inmensas
e infinitas que tiene Dios puestas sobre el hombre y quién puede
comprender todo lo que nosotros vemos?
El
moribundo: Aquél que simplifica las cosas, amigo mío,
aquél que sobre todo no multiplica las causas, para mejor embrollar
los efectos. ¿Acaso necesitas una segunda dificultad, cuando ni
eres capaz de explicar la primera, y desde que es posible que la naturaleza
haya podido hacer ella sola todo eso que atribuyes a tu dios, para que
quieres buscar un señor? La causa de lo que no comprendes es quizás
la cosa más simple del mundo. Perfecciona tu psique y comprenderás
mejor la naturaleza, depura tu razón, expulsa tus prejuicios y no
necesitarás mas a tu dios.
El
cura: ¡Desgraciado! Yo que te creía solo sociniano - tenía
armas para combatirte, pero ya veo que eres ateo, y que tu corazón
rehusa las pruebas que recibimos cada día de la existencia del Creador-
no tengo nada más que decirte. No se da luz a un ciego.
El
moribundo: Amigo mío, convendrás en algo, de dos lo es
mas aquél que se pone una venda sobre los ojos que el que se la
arranca. Tu construyes, inventas, multiplicas, yo suprimo, simplifico.
Tu acumulas error sobre error, yo los combato todos. ¿Cuál
de nosotros es el ciego?
El
cura: ¿No crees entonces en Dios?
El
moribundo: No. Y por una razón bien simple, y es que resulta
completamente imposible creer lo que no se comprende. Entre la comprensión
y la fe, debe existir una correspondencia; si la comprensión no
actúa, la fe está muerta, y aquellos que pretenden tenerla,
la imponen. Te desafío a creer en el dios que me predicas - por
que tu no sabrías demostrármelo, por que no está e
ti el poder de definírmelo y en consecuencia no lo comprendes- y
desde que tu no lo comprendes, no puedes proporcionarme ningún argumento
razonable, por tanto todo lo que está por encima de los limites
del espíritu humano es o una quimera o una inutilidad; tu dios no
puede ser si no una de las dos cosas, en el primer caso yo sería
un loco si creyera, en el segundo un imbécil.
Amigo
mío demuéstrame la inercia de la materia, y yo te concederé
al creador, pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma,
y te permitiré suponerle un señor; hasta entonces no esperes
nada de mí, solo me rindo ante la evidencia, y solo la recibo de
mis sentidos; allí donde no llegan mi fe queda sin fuerza. Creo
en el sol por que lo veo, lo conozco como el centro de reunión de
toda la materia inflamable de la naturaleza, su movimiento periódico
me complace sin asombrarme. Es una cuestión de física quizás
tan simple como la electricidad, pero que no podemos aun comprender. ¿Qué
necesidad tengo de ir mas lejos, cuando tu me hayas bosquejado a tu dios
por encima de esto, habré avanzado y no necesitare más esfuerzo
para comprender al obrero que para definir la obra?
Por
lo tanto, no me has rendido ningún servicio edificando tu quimera,
has turbado mi espíritu, pero no lo has esclarecido y no te debo
mas que odio en lugar de reconocimiento. Tu dios es una maquina que has
fabricado para servir a tus pasiones, la has hecho moverse a tu antojo,
pero desde que perjudica los míos acepta que la haya derribado,
y en el momento en que mi débil alma necesita calma y filosofía,
no vengas a horrorizarla con tus sofismas, que la asustarían sin
convencerla, que la irritarían sin mejorarla; ella es, amigo mío,
esta alma, lo que ha querido la naturaleza que fuera, es decir el resultado
de los órganos con que ella quiso formarme, en vista de sus perspectivas
y necesidades; y como ella tiene la misma necesidad de vicios y de virtudes,
cuando ha preferido llevarme hacia los primeros, me ha inspirado los deseos
y yo he cedido a ellos. No busques más que sus leyes como
única causa a nuestra inconsecuencia humana, y no busques en sus
leyes otros principios que su voluntad y su necesidad.
El
cura: Así pues todo es necesario en el mundo.
El
moribundo: Desde luego.
El
cura: Pero si todo es necesario, todo esta pues regulado.
El
moribundo: ¿Quién ha dicho lo contrario?
El
cura: ¿Y quién puede regularlo todo tal y como está
si no una mano omnipotente y omnisciente?
El
moribundo: ¿Acaso no es necesario que la pólvora se inflame
cuando le prendemos fuego?
El
cura: Sí.
El
moribundo: ¿Y que sabiduría encuentras en ello?
El
cura: Ninguna.
El
moribundo: Es posible entonces que hayan cosas necesarias sin sabiduría
y por consecuencia que todo derive de una causa primera, sin que haya razón
ni sabiduría en esta primera causa.
El
cura: ¿adónde quieres llegar?
El
moribundo: A que todo puede ser lo que ves, sin ninguna causa sabia
y razonable que lo conduzca, y que los efectos naturales han de tener una
causa natural, sin que haya necesidad de suponerles causas antinaturales,
tal como seria tu dios en sí mismo, así que como ya he dicho,
tu dios necesitaría una explicación y no suministra ninguna;
en consecuencia y dado que tu dios no sirve para nada, es perfectamente
inútil; pese a su gran apariencia, lo que es inútil es nulo
y todo lo que es nulo es nada; por tanto para convencerme de que tu dios
es una quimera, no necesito ningún otro razonamiento que el que
me proporciona la certeza de su inutilidad.
El
cura: Sobre esa base me parece innecesario hablarte sobre religión.
El
moribundo: ¿Por que no? Nada me divierte tanto como comprobar
los excesos y hasta que punto los hombres han podido llevar el fanatismo
y la imbecilidad; Son un tipo de desviaciones tan prodigiosas, que el cuadro
me parece, pese a lo horrible, aun interesante. Contéstame con franqueza
y sobre todo sin egoísmo. Si yo estuviera tan débil como
para dejarme sorprender por tus ridículos planes sobre la existencia
fabulosa de un ser que me haga la religión necesaria ¿de
qué manera me aconsejarías que le rindiese culto? ¿Preferirías
que adoptara los sueños de Confucio, mas que los absurdos de Brahma?
¿Adoraría la gran serpiente de los negros, la estrella de
los Peruanos o el dios de las armadas de Moises? ¿A cual de las
sectas de Mahoma querrías que me rindiese, o que herejía
de los cristianos seria según tu preferible? Ten cuidado con tu
respuesta.
El
cura: ¿Podría ser dudosa?
El
moribundo: Entonces es egoísta.
El
cura: No, es por amarte tanto que te aconsejo lo que creo.
El
moribundo: Y es amarnos bien poco los dos estar escuchando semejantes
errores.
El
cura: ¿Y quién puede permanecer ciego ante los milagros
de nuestro divino redentor?
El
moribundo: Aquél que no ve en él mas que al más
vulgar de los tramposos, al más necio de los impostores.
El
cura: ¡Oh Dios, lo escuchas y no truenas!
El
moribundo: No, amigo mío, todo esta en calma, por que tu dios,
sea impotente, sea razón, sea todo lo que quieras, en un ser que
solo admito un momento por condescendencia hacia ti, o si lo prefieres
para prestarme a tus pequeñas visiones, por que este dios, digo,
si existe como tu tienes la locura de creer, no pudo haber para convencernos
tomado medidas mas ridículas que las que tu Jesús implica.
El
cura: ¿Cómo, las profecías, los milagros, los
mártires, no son pruebas?
El
moribundo: ¿Cómo quieres en buena lógica que yo
pueda recibir como pruebas lo que se necesita a sí mismo? Para que
la profecía se convierta en prueba, haría falta que yo tuviese
la completa certeza de que ha sido formulada; si está consignada
en la historia, no puede haber para mi otra fuerza que todos los demás
hechos históricos, de los que tres cuartas partes son dudosos; Si
a eso sumamos la conjetura más que verosímil de que no me
han llegado transmitidos mas que por historiadores interesados, estaría
como ves en todo mi derecho de dudarlo. ¿Quién me asegurará
además que esta profecía no ha sido el resultado de la combinación
de la más simple política, como aquella que ve en un reino
feliz un rey justo, o las heladas en invierno? ¿Y si es así,
como quieres que la profecía, teniendo tal necesidad de ser probada
en si misma, pueda convertirse en prueba?
A la
vista de tus milagros, no me siento en desventaja. Todos los tramposos
han hecho milagros, y todos los tontos han creído en ellos; para
persuadirme de la veracidad de un milagro, haría falta que yo estuviera
seguro de que el acontecimiento que llamas así fuese completamente
contrario a las leyes de la naturaleza, ya que solo lo que esta fuera de
ella podría pasar por un milagro, ¿Y quién la conoce
lo suficiente como para poder afirmar que ese es precisamente el caso?
Solo hacen falta dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un prestidigitador
y unas mujercitas; Va, no busques otros orígenes a los tuyos,
todos los nuevos sectarios han hecho milagros, y lo que es aun más
curioso, todos han encontrado imbéciles que les han creído.
Tu Jesús no hizo nada más especial que Apolonio de Tiana,
y nadie ha pretendido tomar a este último por un dios; en cuanto
a tus mártires, este es sin duda el más débil de tus
argumentos. Solo son necesarios entusiasmo y resistencia para hacer un
mártir, en tanto que la causa opuesta me ofrecerá igual cantidad
de mártires que la tuya, jamas estaré suficientemente autorizado
para creer a una mejor que la otra, pero bien preparado por el contrario
para suponerlas ambas lastimosas.
¡Ah!
Amigo mío, si fuese cierto que el dios que predicas existiera, ¿Necesitaría
milagros, mártires y profetas para establecer su imperio, y si,
como tu dices, el corazón del hombre fuera obra suya, no sería
el santuario que habría elegido para su ley? Esta ley igualitaria
ya que habría emanado de un dios justo, se encontraría de
esa manera irresistiblemente grabada en todos, de un extremo al otro del
universo, todos los hombres se parecerían por este órgano
delicado y sensible, se parecerían también por el homenaje
que rendirían a dios desde que lo tuvieran, tendrían todos
una misma manera de amarlo, tendrían todos la misma manera de adorarlo
o de servirlo y les resultaría imposible no reconocerlo y resistirse
a su pensamiento y su culto. ¿Qué veo en cambio en el universo,
tantos dioses como países, tantas maneras de servir a esos dioses
como diferentes cabezas o diferentes maneras de imaginar, y esta variedad
de opiniones en la que me es físicamente imposible de elegir sería,
según tú, la obra de un dios justo?
Vamos,
con tus prédicas ultrajas a tu dios presentándomelo así,
déjame negarlo sin embargo, ya que si existe, lo ultrajo bastante
menos con mi incredulidad que tu con tus blasfemias. Recupera la razón,
predicador, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma más
que Moises, y ninguno de los tras más que Confucio quien a pesar
de ello dicta algunos buenos principios mientras que los otros tres disparatan;
En general todas estas gentes no son mas que impostores, de los que el
filosofo se burla, que la chusma ha creído y que la justicia hubiera
debido arrestar.
El
cura: Ay, desgraciadamente lo hizo en demasía con uno de los
cuatro.
El
moribundo: Era él quien más lo merecía. Era sedicioso,
turbulento, calumniador, iracundo, libertino, un mal farsante y un malvado
peligroso, poseía la cualidad de convencer al pueblo y eso le convertía
por consecuencia en castigable en un reino en el estado en que se encontraba
entonces el de Jerusalén. Fue muy sabio al deshacerse de él
y es quizás el solo caso en que mis máximas, extremadamente
suaves y tolerantes por cierto, pueden admitir la severidad de Temis; Justifico
todos los errores, excepto aquellos que pueden resultar peligrosos bajo
el gobierno en que se vive; Los reyes y sus majestades son las únicas
cosas que me imponen, las únicas que respeto, y quién no
ama a su país y a su rey no es digno de vivir.
El
cura: En fin, ¿admitís que existe algo después
de esta vida? Es imposible que vuestro espíritu no se haya complacido
alguna vez en atravesar las tinieblas del destino que nos espera, y ¿Que
sistema podría haber mejor que una multitud de penas para aquel
que vivió mal y una eternidad de recompensas para aquel que vivió
bien?
El
moribundo: ¿Qué? Amigo mío, sólo la nada;
Nunca me ha espantado y solo veo consuelo y facilidad; Todas las demás
posibilidades son obra del orgullo, solo esta es obra de la razón.
Por otra parte no es horroroso ni absoluto, es nada. ¿No tengo bajo
mis ojos el ejemplo de generaciones y regeneraciones perpetuas de la naturaleza?
Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo, hoy hombre,
mañana gusano, pasado mañana mosca, ¿no es siempre
existir? Y ¿por qué quieres que sea recompensado por virtudes
sobre las que no tengo ningún mérito, o castigado por crímenes
de los que no he sido el maestro? ¿Puedes encontrar la bondad en
tu presunto dios con este sistema? ¿Y puede él haber querido
crearme para darse el placer de castigarme? ¿Y esto solo en consecuencia
de una elección de la que no he sido dueño?
El
cura: Lo sois.
El
moribundo: Sí, según tus prejuicios; pero la razón
los destruye y el sistema de libertades del hombre solo fue inventado para
fabricar el de la gracia que es tan favorable a tus sueños. ¿Qué
hombre en este mundo, viendo el patíbulo al lado del crimen, lo
cometería si fuera libre de no hacerlo? Nos vemos arrastrados por
una fuerza irresistible, y ni por un instante dueños de mas poder
que el de determinar hacia que lado se inclina. No hay ni una sola virtud
que no le sea necesaria a la naturaleza y de la misma manera, tampoco un
crimen que no necesite, y es en un perfecto equilibrio en que mantiene
los unos y las otras, en eso consiste toda su ciencia, ¿Pero podemos
nosotros considerarnos culpables del lado hacia el que nos arroja? No más
de lo que lo es la avispa cuando clava su aguijón en tu piel.
El
cura: ¿Así pues, el mayor de los crímenes no debe
inspirarnos ningún temor?
El
moribundo: No es eso lo que digo, basta que la ley condene, y que la
espada de la justicia castigue, para que deba inspirarnos terror y desistir,
pero, una vez desgraciadamente cometidos, hay que saber tomar partido,
y no librarse a estériles remordimientos; su efecto es vano, ya
que no pueden preservarnos, nulo, ya que no lo reparan; Es absurdo pues
abandonarse a ellos y más absurdo aun temer ser castigados en el
otro mundo si somos ya bastante felices de haber escapado en este. A dios
no le complace que yo vaya por ahí alentando el crimen, hay seguramente
que evitarlo en lo posible, pero es usando la razón que hay que
saber rehuirlo, y no por falsas creencias que no conducen a nada y con
las que el efecto es tan pronto destruido en un alma poco firme. La razón-
amigo mío, si, solo la razón debe advertirnos de que perjudicar
a nuestros semejantes no puede hacernos felices, y que nuestro corazón,
si contribuimos a su felicidad, es lo más grande que la naturaleza
nos ha podido conceder sobre la tierra; toda la moral humana esta encerrada
en estas palabras: hacer a los demás tan felices como deseamos
serlo nosotros y no hacerles jamas más mal del que querríamos
recibir.
Estos
son los únicos principios que deberíamos seguir y ya no tendríamos
necesidad ni de religión, ni de dios para convencernos y admitirlo,
solo es necesario un buen corazón. Pero, siento que me debilito
predicando, vence tus prejuicios, sé hombre, sé humano, sin
remordimientos ni esperanzas, deja aquí tus dioses y tus religiones;
todo eso solo sirve para poner espadas en manos de los hombres, y el solo
nombre de esos horrores ha hecho derramar mas sangre sobre la tierra, que
todas las otras guerras y atentados a la fe. Renuncia a la idea del otro
mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz y realizarte
en este. He aquí la única manera en que la naturaleza te
ofrece doblar tu existencia o esperarla. Amigo mío, la voluptuosidad
fue siempre el mas querido de mis bienes, la he lisonjeado toda mi vida,
y he querido terminar en sus brazos: Mi final se acerca, seis mujeres,
más bellas que el día, aguardan en aquel gabinete, las reservaba
para este momento, toma tu parte, intenta olvidar sobre sus senos, siguiendo
mi ejemplo, todos los vanos sofismas de la superstición, y todos
los estúpidos errores de la hipocresía.
El moribundo
llama, las mujeres entran y el cura se convierte entre sus brazos en un
hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que
era la naturaleza corrupta.
El
cura: ¿Llegado a este instante fatal, en que el velo de la ilusión
no se desgarra mas que para dejar ver al hombre seducido el cuadro cruel
de sus errores y vicios, no te arrepientes enteramente, hijo mío,
de los múltiples trastornos que te han provocado la debilidad y
la fragilidad humanas?