Ni es mi imagen ni mi semejanza
Así como las células despertaron mi curiosidad científica sobre el origen de la vida, de la misma forma mis ovarios cortaron para siempre mi relación con la Biblia. Es evidente que las diferencias entre los hombres y las mujeres van más allá de lo físico. Las hormonas y los químicos que bañan nuestros organismos y las estructuras con las que interactúan son disímiles porque evolucionaron para realizar trabajos diferentes. Un mecanismo práctico y completamente entendible que en ningún momento denigra a ninguno de los sexos.
Un día, hace mucho tiempo durante una reunión familiar, un tío en son de broma leyó en voz alta un párrafo de la Biblia para demostrarle a su esposa por qué tenía la razón en una discusión. Esperé con el corazón intranquilo que pusiera aquel libro en la mesa para alcanzarlo y comprobar con mi propio cerebro que aquel horror estaba escrito allí. No es preciso que cite esos versículos, usa tu buscador favorito o aquí mismo en SinDioses hemos publicado un sinnúmero de ellos, pero fue la primera vez que escuché esa espeluznante idea, un pensamiento peligroso responsable de abusos y violencia y cuyo alcance no logré entonces aprehender.
La afirmación de que la mujer es un ser inferior al hombre, que no sólo se encuentra literalmente escrita en la Biblia y en otros libros sagrados sino que impregna la historia completa de la creación, me apartó finalmente de la religión. El vientre materno, origen de hombres y mujeres, es masacrado en el libro que controla mi cultura. El poder bíblico es macho, Dios es hombre, su hijo es hombre, sus amigos y enemigos también. La madre del hijo, (nadie sabe quién será la madre del Padre), tuvo sus quince minutos de fama mientras se pensó que era virgen (aunque ahora sospechamos que haya sido quizá un malentendido lingüístico) para caer de nuevo en el anonimato al darle hermanos a Jesús (los evangélicos, por ejemplo, no creen en su poder mientras que los católicos adoran a decenas de ellas, atribuyéndoles un sinnúmero de milagros).
Las religiones no ayudan a la mujer ni cultural ni políticamente. Sus leyes están hechas para quitarnos cualquier tipo de control, hasta el reproductivo, y juzgarnos por portarnos como humanos. Los libros sagrados desdeñan la menstruación y todo lo que tiene que ver con los órganos reproductivos femeninos. Enseñan que la mujer debe ser apartada del hombre porque es un ser intelectual y físicamente inferior y, además, débil, por lo tanto, víctima fácil y atractiva de los juegos del diablo.
Pero los demonios son otros y ya los conocemos bien. No son sólo aquellos que quemaron mujeres en hogueras o las despojaron de sus herencias sólo por tener vaginas, sino esos que en el presente se hacen de la vista gorda cuando el amigo le pega una trompada a la novia y lo justifica con un “ella se lo buscó”, un juicio que debería hacerlo sobre su madre, su hija o su hermana. Un abuso es un abuso, no importa color, género ni edad. Sin embargo, esa idea de ser “objetos sacados de la costilla del varón” la llevamos integrada en el disco duro, la leemos en los libros sagrados y nos creemos que es verdad, que la mujer se merece que la golpeen y la asesinen si se “porta mal”. Si viola las leyes impuestas por el varón, un ser superior porque es más parecido a Dios que ella (un elemento que realmente no envidio).
Mientras en los libros que rigen las leyes de todas las iglesias se lean barbaridades que promuevan la discriminación en contra de la mujer, todas estaremos expuestas a fanáticos y ortodoxos que se toman la palabra de Dios al pie de la letra y un día arrancan a matar mujeres en el gimnasio o en los prostíbulos; o a supuestos hombres de Dios que raptan niñas y tienen hijos con ellas. Peor aún, hoy en día siguen siendo condenadas a morir apedreadas, a ser ofrendadas o casadas con hombres que pueden ser sus abuelos y que ya tienen decenas de esposas más.
Mientras en esos libros se nos tilden de inferiores, las niñas continuarán siendo abortadas en Asia, o se quedarán sin educación, escondidas detrás de velos para no perturbar la testosterona a su alrededor, o quizás sean violadas vírgenes para espantar el virus del sida o simplemente tomadas como amantes a cualquier edad porque, según los dioses, son objetos inferiores creados para servir a sus esposos y callar.
“El sexo femenino es explotado y la base evolutiva fundamental de esta explotación es el hecho de que los huevos son más grandes que los espermatozoides”, escribió Richard Dawkins en el libro El gen egoísta. Dawkins detalla con claridad los caminos evolutivos que tomaron los sexos de acuerdo a la forma de reproducción que los caracteriza. Una ecuación práctica y simple: aquel que pone más energía se queda con la carga.
Las hembras humanas perdimos gran parte de nuestra independencia cuando la selección natural nos descolgó de las ramas, un hecho que se presume desencadenó una transformación anatómica que tuvo como consecuencia bebés inútiles que toman más tiempo y esfuerzo criar.
Pero no soy determinista, creo que el hecho de poseer un cerebro capaz de analizar estas teorías es nuestra puerta de salida a la independencia y observo evidencias de ello. Educarnos sobre lo que verdaderamente somos nos ayudará a crear sociedades más equitativas, por lo tanto, más progresistas, ya que estaríamos integrando el otro 50% de la capacidad productiva de la especie, cerebros que continúan reprimidos y esclavizados por todo el mundo.
Millones de mujeres nunca han tenido la dicha de demostrar su capacidad, de vivir fuera de la represión, de imaginar más de una posibilidad en su futuro, y la religión todavía sigue siendo responsable de ello. La inferioridad femenina es una idea ridículamente peligrosa que debemos eliminar del pensamiento humano; cuanto antes mejor. Yo comenzaría editando las “escrituras sagradas” (un amigo me critica el positivismo ya que para él sólo descartándolas de una buena vez resolveríamos el problema), por el momento, digo yo, una actualización no les vendría mal, los dioses saldrían mejor parados, con más educación y con un sentido ético reformado. Ya está bueno de leer ideas grotescas sobre cómo vender a tu hermana como esclava o que el mundo tiene unos cuantos miles de años de creado, con una buena corrección, los primeros que quedarían bien serían sus propios protagonistas.
Alguien que le pase al Papa y demás jefes cristianos los teléfonos de Random House o Alfaguara; a lo mejor Salman Rushdie hasta se anima y edita el Corán.